El mito de la superpoblación
Alejandro Piscitelli Murphy
Para LA NACION
Sábado 15 de noviembre de 2008 | Publicado en edición impresa
El 31 de agosto pasado se publicó en este diario un sugerente artículo titulado En busca de una
esposa, firmado por Alain Buu. Cuando el autor describe los problemas de China en cuanto al
desequilibrio que existe entre varones y mujeres, está apuntando a una de las tantas manifestaciones
poblacionales que se generan cuando se intenta manipular el crecimiento demográfico.
China ha intentado frenar en los últimos 25 años, de manera contundente, sus tasas de crecimiento
poblacional, pero esto no es gratuito. Y el error siempre consiste en creer que mucha población ya es un
problema en sí mismo: normalmente, los países más superpoblados no son los más densamente
poblados, y viceversa.
El continente asiático, que alberga a casi el 60% del total de la población mundial, tiene una densidad de
unos 111 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que Holanda cuenta con una densidad de 366. Sin
ir más lejos, la Europa de los doce países fundadores de la comunidad está más "hacinada" que China:
de 145 a 120 hab./km2.
El problema principal se produce cuando, por intereses políticos, se intenta manejar la dinámica
poblacional de manera casi mecánica, cuando en realidad es un fenómeno de naturaleza cultural, como
se ejemplifica en el caso chino. Y cuando ocurre esto, comienzan los problemas de diversa índole. Por
caso, ya ha ocurrido en países como la Unión Soviética durante gran parte del siglo XX (cuando se
intentaba incentivar el antinatalismo o el natalismo según las coyunturas políticas), y ahora se repite en
China.
La obsesión por que el único hijo sea varón hace que, tanto en ese país como en la India, estén
prohibidas las resonancias magnéticas para conocer el sexo del bebe por nacer, ya que, si las familias se
enteran de que tendrán una nena, el aborto se hace inexorable y el desnivel entre sexos, aún mayor.
Pero volvamos al problema de fondo: la creencia de que tener mucha población es lo negativo. El terror
poblacional se fue manifestando levemente a comienzos del siglo XX y tuvo su máxima expresión al
finalizar la Segunda Guerra Mundial en medio del famoso baby boom , cuando el mundo creció a tasas
nunca vistas hasta entonces. Lo infundado de esos miedos se basaba en dos conceptos erróneos que
aún hoy son repetidos en diversos ámbitos académicos y mediáticos.
1) Que esas tasas se iban a mantener por siempre jamás. A comienzos de los años 70, ya los guarismos
comenzaron a bajar, y lo siguen haciendo aún hoy. De hecho, la ONU ya hace varias décadas que debe ir
corrigiendo recurrentemente sus proyecciones poblacionales hacia la baja.
2) Que el mundo no podría alimentar a tanta gente.En los documentos oficiales de la Conferencia de
Población de 1974, ya se admitía que con la tecnología de aquella época (a años luz de la actual), el
mundo podía alimentar a más de 40.000 millones de personas según la dieta norteamericana y a más de
150.000 según la dieta japonesa.
A poco de conocido este informe, Paul Ehrlich, uno de los apóstoles del antipoblacionismo, escribe ese
mismo año un libro titulado La explosión demográfica . Allí reconoce la validez de aquel informe: "En
cierto sentido, no les falta razón. Es teóricamente posible alimentar a 40.000 millones de personas, pero
cabe preguntarse si vale la pena que la humanidad alimente a 40.000 millones de personas".
A partir de aquí, ya entramos, evidentemente, en un terreno filosófico o, al menos, ideológico. El problema
no es la población, sino lo que se quiere hacer con ella. Vayamos a nuestro ejemplo más cercano: en la
Argentina se producen anualmente alimentos para unos 380 millones de personas. Nosotros somos 40
millones y nos encontramos con compatriotas que tienen serios problemas de alimentación. No se debe
combatir a los pobres, sino la pobreza y sus causas profundas.
En definitiva, cada vez que se intentó manejar, por motivos políticos o económicos, las tendencias
poblacionales de algún país, aparecieron las consecuencias no deseadas, y el caso más emblemático en
este momento es China, con un creciente desnivel entre mujeres y hombres, y con un envejecimiento
generalizado que provocará innumerables problemas sociales (la cuestión previsional es sólo uno de
ellos).
Se frenó el crecimiento, pero, como decíamos antes, el problema no es la cantidad, sino la densidad, la
distribución territorial y la distribución por edades.
Se repite nuevamente aquello que escuché hace muchos años: "Dios perdona siempre y el hombre
perdona a veces, pero la naturaleza no perdona nunca"
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